Son las ocho de la mañana. Hemos tenido que madrugar para no llegar tarde a la cita que nos permitirá apreciar una perspectiva muy diferente y sorprendente de las montañas, los campos, los bosques, el cielo... ¡y los volcanes! Después de ayudar a montar e inflar el globo, nos instalamos en la cesta. La primera sensación de no tocar tierra es emocionante. El ascenso es lento y progresivo, pero en menos de un minuto ya volamos a centenares de metros del suelo, en equilibrio en el aire, sin subir ni bajar. En poco rato, sobrevolamos los volcanes del Croscat y de Santa Margarida —con su pequeña ermita en el interior del cráter— y vemos muchos otros conos volcánicos, pequeños y grandes. Al fondo, distinguimos las montañas de los Pirineos. Superados los primeros temores, disfrutamos del vuelo e incluso brindamos con una copa de cava. ¡Es un sueño hecho realidad!
Bajo nuestros pies, un rayo de sol ilumina tímidamente un rincón de la Fageda d’en Jordà, uno de los bosques de hayas más famosos del país. Se trata de uno de los mayores atractivos de esta zona pues, sea la época que sea, su paisaje es siempre cautivador. Dicen que lo mejor es visitarlo en otoño, por la gama de colores rojizos y dorados que adquieren las hojas antes de caer, aunque también presenta un encanto muy particular en primavera, cuando el follaje cierra el paso a los rayos solares y crea, así, una penumbra mágica. Y es que, además de por estar asentado sobre una colada de lava, el hayedo es famoso por ser el hábitat de duendes y otros seres fantásticos, así como por haber inspirado los versos de Joan Maragall, uno de los poetas más populares de Cataluña. Se puede recorrer el bosque haciendo una pequeña ruta a caballo, una manera muy especial de disfrutar de este paisaje único.
La última erupción volcánica en Cataluña tuvo lugar hace 11 500 años en el Croscat, uno de los volcanes más emblemáticos de la Zona Volcánica de la Garrotxa y el más alto de la Península. Un itinerario señalizado nos permite contemplar su interior, ya que una explotación minera que ocupó el lugar durante muchos años dejó al descubierto un tajo de 100 metros de altura y 500 de anchura. Es uno de los muchos volcanes que salpican este territorio protegido, a cuyo innegable interés geológico se añaden una rica y variada vegetación y unos paisajes de gran belleza natural. Como ya conocemos los volcanes a vista de pájaro, decidimos ir a investigarlos desde más cerca. Por eso nos paseamos por el Croscat y vamos hasta el de Santa Margarida, uno de los más visitados por su amplitud y su forma circular. En media hora llegamos al cráter, en cuyo centro, y sobre un extenso prado, se alza la iglesia de Santa Margarida. Sin duda es una de las estampas que quedará grabada para siempre en nuestra retina (¡y en nuestras cámaras de fotos!).
Acabamos nuestro periplo volcánico en el pintoresco pueblo de Santa Pau dando un paseo por sus callejas y sus plazas, que parecen diseñadas expresamente para aparecer en un catálogo de pueblos con encanto. Aprovechamos para comer en un restaurante donde sirven la famosa «cocina volcánica», con platos elaborados a partir de productos que han crecido en los terrenos volcánicos de la comarca, húmedos y ricos en minerales. Entre estos productos destacan las patatas, las alubias de Santa Pau, el trigo sarraceno, las trufas, el maíz, los nabos y las castañas, además del cerdo, el jabalí y los caracoles. Disfrutamos de un exquisito menú volcánico que acaba con un delicioso helado de alubias. ¡Esto sí que no nos lo esperábamos!