Dice la tradición que, estés donde estés, si durante el Corpus pegas el oído en el suelo, escucharás el retumbar del tabal (tambor) de La Patum de Berga. Cada año, entre los meses de mayo y junio (según caiga la festividad del Corpus), las calles y las plazas de Berga se convierten en el escenario de una de las fiestas más impresionantes de Cataluña: La Patum. Este acontecimiento tiene un origen religioso y lejano: dicen que las primeras celebraciones del Corpus en Berga datan del siglo xiv. Nos hallamos, así pues, ante una fiesta ancestral que, aunque se ha adaptado a los nuevos tiempos, ha sabido mantener su esencia.

La mejor manera de participar en La Patum es hacerlo de la mano de alguien de Berga. Alguien que nos pueda explicar el porqué de cada música, el significado de los bailes y de los personajes que participan en ellos. El ritual festivo se repite año tras año, y la fiesta grande se concentra en el jueves y el domingo de Corpus. Durante el resto de la semana, Berga vive la emoción del momento con un sinfín de actividades para públicos de todas las edades.

Para hacer un «completo» hay que llegar a Berga el miércoles, el día en que la celebración calienta motores con un paseo por las calles durante el cual el pueblo acompaña al tabaler tocando su tambor y a los gigantes en los primeros compases de la fiesta. Por la noche, mientas calmamos la sed con las bebidas típicas —la barreja (moscatel y anís) y el mau mau (vermut rojo y gaseosa)—, tenemos la ocasión de ver las primeras danzas y saltos que ejecutan algunas de las comparsas que configuran La Patum. Es un primer bocado de lo que vendrá.

El jueves y el domingo de Corpus son días para disfrutar, en la plaza de Sant Pere, de las dos patums más importantes: la de «lucimiento», al mediodía, y la «completa», a las nueve y media de la noche. En esta plaza podemos ver todos los saltos de la fiesta y, si nos animamos, participar en ellos, y escuchar el repique característico del tabal. En La Patum de mediodía, con un carácter más exhibicionista y familiar, se ejecutan todos los bailes, salvo el de los plens, o diablos, que es el clímax de la fiesta y se reserva para la noche, cuando la fuerza del fuego es más evidente. Un ejército de 100 demonios vestidos con hojas verdes hace estallar petardos a diestro y siniestro. Ver cómo se preparan y se engalanan los 100 plens en la plaza de la Ribera es muy interesante, pero participar en los saltos y pasar estos casi tres minutos bailando bajo el fuego y girando en comunión en torno a la plaza en una ceremonia multitudinaria es una experiencia inolvidable.