Pasear por los caminos de ronda es un ejercicio vacacional económico, saludable y atractivo. Y también una de las experiencias más recomendables para descubrir el Parque Natural del Cap de Creus, un espacio protegido situado en el extremo norte del litoral catalán, allí donde las montañas de los Pirineos se sumergen en el Mediterráneo. Los caminos de ronda son los atajos de costa que antiguamente utilizaban los carabineros para vigilar el posible desembarco de mercancía que los contrabandistas realizaban en las calas desiertas protegidos por la oscuridad de la noche. Hoy día, los únicos que los recorren son excursionistas deseosos de encontrar un rincón solitario para huir de las aglomeraciones de los núcleos turísticos en verano o, simplemente, para pasear sin prisas disfrutando de unos parajes espectaculares. Caminamos, nos bañamos en pequeñas calas de aguas cristalinas, paseamos por pueblos de casas blancas y visitamos faros solitarios rodeados de espectaculares acantilados. ¡Es el Mediterráneo en mayúsculas!
Y del agua salada pasamos al agua dulce de los humedales del Parque Natural de los Aiguamolls de l’Empordà, un conjunto de lagunas, carrizales y arenales situados junto al litoral que son el hábitat de centenares de especies de aves. Una experiencia naturalista nos espera paseando por sus caminos y pasarelas de madera, contemplando un paisaje armónico y observando con los prismáticos a los pequeños animales que lo habitan, ya sea durante todo el año o bien temporalmente: cigüeñas y cigüeñuelas, patos, flamencos, etc.
Y si en los humedales del Empordà nos hemos convertido en ornitólogos por un día, en el Parque Natural de la Zona Volcánica de la Garrotxa, a pocos kilómetros del Empordà, tenemos la oportunidad única de adentrarnos en el fascinante paisaje del único territorio volcánico protegido de toda la Península, con más de 40 conos volcánicos —algunos tan originales como el de Santa Margarida, en cuyo cráter se alza una ermita— y bosques de hayas, como la famosa Fageda d’en Jordà, que crece sobre una colada de lava. Pisar lava de hace millones de años, contemplar un volcán dormido o probar los platos de la sabrosa cocina volcánica, elaborada con productos que crecen en suelo volcánico, nos seduce y nos encanta. ¡Nos quedaríamos para siempre!
La última incorporación a la familia de parques naturales de los Pirineos es el de las Capçaleres del Ter i del Freser, que incluye enclaves espectaculares como Vall de Núria y la estación de esquí de Vallter 2000. Una opción ideal para conocer la alta montaña pirenaica oriental.
Al día siguiente, nuestra particular peregrinación naturalista nos lleva al Parque Natural del Cadí-Moixeró, el cuarto espacio protegido de este viaje, situado a las puertas de los Pirineos, concretamente en las sierras prepirenaicas del Cadí y el Moixeró. Este parque natural es uno de los más extensos de Cataluña, pero también uno de los más desconocidos. La mejor manera de descubrirlo es ponerse en ruta con la mochila a la espalda para encontrar, a lo largo del camino, estampas tan impresionantes como la del Pedraforca, una de las montañas más emblemáticas de Cataluña.
Estamos en un paraíso cien por cien natural, donde no necesitamos nada más para vivir unas vacaciones de ensueño.
Nos levantamos con ganas de continuar la aventura en el Parque Natural del Alt Pirineu, cuyas más de 69 000 hectáreas de terreno disfrutan de una protección especial y albergan diferentes espacios naturales que se han mantenido casi vírgenes hasta hoy y han conservado especies de flora y de fauna ya desaparecidas en otros puntos de la cordillera. Nos dejan fascinados el lago de Certascan —el lago glacial más grande de Cataluña— y la Pica d’Estats —que, con sus 3143 metros, es la cima más alta de Cataluña—, dos de los símbolos paisajísticos de este parque.
Nos desplazamos después al Parque Nacional de Aigüestortes i Estany de Sant Maurici, la joya paisajística por excelencia de la geografía catalana, único por la majestuosidad de sus paisajes y por la riqueza de su flora y su fauna, y único de su categoría en Cataluña. Nos maravillamos con los bosques de abetos y pino negro, con la belleza de los lagos de alta montaña y con la observación de marmotas y rebecos. Estamos en un paraíso cien por cien natural donde no nos hace falta nada más para vivir unas vacaciones de ensueño. ¡Seguro que volveremos!
Nuestro recorrido acaba en la Val d’Aran. Este valle de valles, aunque forma parte de un país mediterráneo, tiene un clima atlántico que le otorga unos ecosistemas únicos, unos paisajes espectaculares, y una flora y una fauna de gran diversidad. Naturaleza en estado puro.